El cáncer de mama es un proceso tumoral de la glándula mamaria que generalmente se manifiesta con la presencia de un nódulo firme o una pequeña protuberancia que puede detectarse al tacto. Estas alteraciones no son dolorosas al principio, pero a medida que avanzan ocasiona retracción de la piel o el pezón, ulceración, dolor o enrojecimiento.
Existen dos tipos principales de cáncer de mama: El carcinoma ductal y el carcinoma lobulillar. El ductal comienza en los conductos que llevan leche desde la mama hasta al pezón (la mayoría de los casos son de este tipo), mientras que el lobulillar tiene su origen en las estructuras conocidas como “lobulillos”, encargadas de producir leche.
El cáncer de mama se puede diseminar, a través de los ganglios linfáticos, hacia otras partes del cuerpo, los sitios más comunes son la otra mama, huesos, hígado, pulmón y cerebro. Cuando una paciente es diagnosticada es muy importante establecer la etapa en que se encuentra la enfermedad, pues de esto dependerá el tratamiento a seguir. El tratamiento del cáncer de mama puede incluir: cirugía, radioterapia, quimioterapia y hormonoterapia.
Se calcula que en el 70 por ciento de los casos diagnosticados en etapas tempranas el tumor es un hallazgo de la autoexploración o de una mastografía de rutina. Estas mujeres tienen mayores posibilidades de curación que aquellas en las que la enfermedad se diagnostica en etapas avanzadas; por ello, la práctica sistemática de la autoexploración es de vital importancia.
La autoexploración mamaria se basa en los cambios físicos producidos en las mamas derivados de la aparición de cualquier tumoración. A partir de los 20 años, toda mujer debe explorar sus senos una vez al mes; al llegar a los 40, practicarse una mastografía cada dos años y cada año partir de los 50.
Si durante la autoexploración se detecta alguno de los siguientes síntomas, lo más recomendable es acudir con el médico lo más pronto posible para, mediante los estudios que él considere convenientes, llegar a un diagnóstico preciso:
Abultamientos (“bolitas”) que antes no existían, tanto en mamas como axilas.
Aumento o disminución del tamaño o consistencia de una mama en comparación con la otra.
Aparición de abultamientos, hundimientos, cambios de color (enrojecimiento persistente)
Engrosamiento de la piel (aspecto de cáscara de naranja)
Salida de líquido sanguinolento o de aspecto lechoso por el pezón si no está embarazada o lactando.
Retracción o hundimiento del pezón o aparición de ulceraciones en la piel del mismo.